Otra vez Elizabeth Costello
¿Será esta reflexión la que conduzca a que cese el inconmensurable sufrimiento que padecen numerosos seres vivos? Todo esfuerzo que se haga para visibilizar su dolor es poco
Durante el mes de enero el público de Madrid pudo disfrutar de la magnífica interpretación de la actriz Nathalie Seseña en el monólogo Sobre la vida de los animales, inspirado en los relatos de John Maxwell Coetzee en torno a la figura de Elizabeth Costello, según una adaptación de Lola Blasco.
Elizabeth Costello -trasunto, sin duda, de las preocupaciones del escritor, quien recibió el Premio Nobel de Literatura en 2003 “por exponer la complicidad desconcertante de la alienación”, según la Academia sueca- es la protagonista de una serie de textos que versan sobre el maltrato animal, nutriéndose de la más profunda revisión filosófica.
Una interesante reseña suscrita en un diario español por dos venezolanos, Alessandro Zara Ferrante y Sandra Caula, relata cómo apareció el personaje: en lugar de dictar una conferencia en la Universidad de Princeton, a la que había sido invitado para participar en las Tanner Lectures on Human Values (una cátedra de ética), Cotzee leyó dos cuentos, cuya protagonista era una escritora vegetariana de 67 años, que replicaba la situación del autor: acudía a dar unas charlas a una universidad de Massachusetts. Era la precitada Elizabeth Costello.
A estos dos relatos de Princeton se irían sumando otros, siempre girando en torno al mismo personaje: Una mujer que envejece,Una casa en España, El perro, Una historia, Vanidad, La anciana y los gatos, Mentiras y El matadero de cristal.
La periodista Aviva Cantor, en un reflexivo texto llamado La porra, el yugo y la correa, Lo que podemos aprender de la forma en que una cultura trata los animales, analiza las ideas de dominación, explotación y discriminación de unos seres sobre otros. Ella expone que en la actitud hacia los animales subyace un posicionamiento que opera también hacia otros seres vivos. Las mismas estrategias de opresión que se aplican sobre los animales son las que se aplican a las minorías y a las mujeres.
Zara y Caula observan como también en el trabajo de Lola Blasco, responsable del libreto de la obra de teatro presentada en Madrid, se aborda la relación de la cuestión animal con otros temas éticos: “El mal y la violencia, la inercia en el engranaje del poder que los vuelve invisibles, la responsabilidad ética de la literatura ante esa invisibilidad, la ceguera humana ante la otredad, el desprecio de la empatía y la humillación de la belleza propios del utilitarismo”.
En realidad, el tema del posicionamiento humano con respecto a los animales no es ni novedoso ni superficial. El especismo entraña profundas consideraciones filosóficas. Recuerdo haber visto abordar al propio Coetzee el asunto de la subjetividad, del punto de vista desde el que se construye el discurso (el humano o el de la otra especie) citando a Thomas Nagel y a su texto ¿Cómo es ser un murciélago?
Otras consideraciones relacionadas, por ejemplo, con el habla que, inevitablemente unida a nuestro pensamiento, limita también lo que podemos decir; con la supremacía del hombre respecto a otras especies; con el ser, ontológicamente hablando; con la conciencia, y con la sympatheia, entendida como compasión, son constantes que signan el discurso del escritor surafricano.
Pero, en suma, apuntan Zara y Caula, “el mayor mérito de La vida de los animales es hacer que el gran público acceda a la compleja reflexión contemporánea sobre el maltrato y la explotación animal, y vislumbre un cambio de mentalidad respecto a nuestros compañeros de reino”.
¿Será esta reflexión la que conduzca a que cese el inconmensurable sufrimiento que padecen numerosos seres vivos? Todo esfuerzo que se haga para visibilizar su dolor es poco.
linda.dambrosiom@gmail.com
Elizabeth Costello -trasunto, sin duda, de las preocupaciones del escritor, quien recibió el Premio Nobel de Literatura en 2003 “por exponer la complicidad desconcertante de la alienación”, según la Academia sueca- es la protagonista de una serie de textos que versan sobre el maltrato animal, nutriéndose de la más profunda revisión filosófica.
Una interesante reseña suscrita en un diario español por dos venezolanos, Alessandro Zara Ferrante y Sandra Caula, relata cómo apareció el personaje: en lugar de dictar una conferencia en la Universidad de Princeton, a la que había sido invitado para participar en las Tanner Lectures on Human Values (una cátedra de ética), Cotzee leyó dos cuentos, cuya protagonista era una escritora vegetariana de 67 años, que replicaba la situación del autor: acudía a dar unas charlas a una universidad de Massachusetts. Era la precitada Elizabeth Costello.
A estos dos relatos de Princeton se irían sumando otros, siempre girando en torno al mismo personaje: Una mujer que envejece,Una casa en España, El perro, Una historia, Vanidad, La anciana y los gatos, Mentiras y El matadero de cristal.
La periodista Aviva Cantor, en un reflexivo texto llamado La porra, el yugo y la correa, Lo que podemos aprender de la forma en que una cultura trata los animales, analiza las ideas de dominación, explotación y discriminación de unos seres sobre otros. Ella expone que en la actitud hacia los animales subyace un posicionamiento que opera también hacia otros seres vivos. Las mismas estrategias de opresión que se aplican sobre los animales son las que se aplican a las minorías y a las mujeres.
Zara y Caula observan como también en el trabajo de Lola Blasco, responsable del libreto de la obra de teatro presentada en Madrid, se aborda la relación de la cuestión animal con otros temas éticos: “El mal y la violencia, la inercia en el engranaje del poder que los vuelve invisibles, la responsabilidad ética de la literatura ante esa invisibilidad, la ceguera humana ante la otredad, el desprecio de la empatía y la humillación de la belleza propios del utilitarismo”.
En realidad, el tema del posicionamiento humano con respecto a los animales no es ni novedoso ni superficial. El especismo entraña profundas consideraciones filosóficas. Recuerdo haber visto abordar al propio Coetzee el asunto de la subjetividad, del punto de vista desde el que se construye el discurso (el humano o el de la otra especie) citando a Thomas Nagel y a su texto ¿Cómo es ser un murciélago?
Otras consideraciones relacionadas, por ejemplo, con el habla que, inevitablemente unida a nuestro pensamiento, limita también lo que podemos decir; con la supremacía del hombre respecto a otras especies; con el ser, ontológicamente hablando; con la conciencia, y con la sympatheia, entendida como compasión, son constantes que signan el discurso del escritor surafricano.
Pero, en suma, apuntan Zara y Caula, “el mayor mérito de La vida de los animales es hacer que el gran público acceda a la compleja reflexión contemporánea sobre el maltrato y la explotación animal, y vislumbre un cambio de mentalidad respecto a nuestros compañeros de reino”.
¿Será esta reflexión la que conduzca a que cese el inconmensurable sufrimiento que padecen numerosos seres vivos? Todo esfuerzo que se haga para visibilizar su dolor es poco.
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