Marruecos y su éxito en el fútbol
Un día lejano e inolvidable, bajo los palmerales datileras, sentado sobre un tapiz de pelo de cabra y camello, en esa hora precisa donde la luz brillante del caluroso día comienza a menguar, escuché unas estrofas sobre la hermosura del desierto
Sobre el país de los atributos tan cercanos a nosotros, el reino alauita de Marruecos, al autor de estas líneas, desde la lejanía, le vienen llegando el olor a sal antes de ver los arrecifes de Tánger, tierra sarracena, en la que el céfiro sabe a sazones, y se levantan ciudadelas prodigiosas, mientras subsiste en la contemplación el paso del tiempo que todo lo envuelve y lo matiza, sobre las milenarias carillas del vademécum de la subsistencia humana.
Y así nos llega Rabat, capital alauita, y con ella las murallas imperecederas, su Medina, el perdurable zoco en el que todo se vende y se compra, con la antiquísima sapiencia que esparce el olor de sus condimentos, siendo cada uno de ellos deleitable a todo buen paladar.
Marruecos ha destacado asombrosamente ahora ante el mundo deportivo del balompié, a razón de sus asombrosos triunfos en los encuentros del futbol celebrados estos días en Qatar, no ha podido llegar a la final de hoy domingo, no obstante, en esa emoción del balón, sus jugadores han demostrado habilidad portentosa, y tan sorprendente, que han colocada a África en lo más alto del pedestal. Hazaña excelente y admirable. Y lo hice alguien que es poco dado a la pasión del juego
En honor a ese evento para el pueblo del Atlas, predio en la que uno vivió años de juventud, las letras de hoy serán un retorno hacia esos días vividos con una taza de té, y a la sombra de la fortaleza española de Smara, lugar sahariano de una belleza inconmensurable.
Desde tiempos lejanos, las tribus que allí moraban rendían pleitesía a los sultanes de Marrakech, y en época de Mulay Ismail, el primero en la terna de la familia de los reyes alauitas, ya se había perfilado una unidad en todo el territorio, al amparo de un bloque religioso y político con las diversas familias nómadas.
Un día lejano e inolvidable, bajo los palmerales datileras, sentado sobre un tapiz de pelo de cabra y camello, en esa hora precisa donde la luz brillante del caluroso día comienza a menguar, escuché unas estrofas sobre la hermosura del desierto vocalizadas por Tehar Ben Jelloun, el escritor marroquí premio Goncourt, y hoy, al cabo de tantos años, las recuerdo y las siento con una emoción de penetrante cadencia:
“Tengo dátiles y un poco de miel, no tengo casa, pero poseo un país en los ojos, y una tierra en el corazón, amo este pueblo...”
Durante inmenso tiempo el desierto formó parte de mi vida. Estoy construido de motas de arena, de esa inmensidad que ha moldeado un poco mi carácter, y aunque taciturno, soy ahora un poco más tolerante.
Ahora - ya lejos de esa heredad – evoco aquellos impresionantes arenales bajo el impulso del siroco, y nuevamente creo estar viendo las tierras de piedemonte de la cordillera del Atlas, y como tantas mañanas, la arenisca y mi persona platicaremos de nuestras cuitas, entre ellas sobre los afanes dejados en el suelo de la jaima, cercana a un recodo de pedruscos en el río seco, en donde las gacelas, a la caída de la tarde, buscarán la frescura de las primeras brumas de la noche.
Desde entonces, ese olor a té verde permanece en mi cuerpo; y todo, hasta mi espíritu, se halla impregnado de él. El tiempo en nosotros ya se hace calina, pero se niega a hacerse olvido.
Al actual monarca, Mohamed VI, lo conocimos cuando aún era Su Alteza Real el Príncipe Heredero Sidi Mohamed; nos vimos una mañana en Rabat tras la ceremonia de los actos centrados en la Fiesta del Trono, siendo en el almuerzo, con todos los altos dignatarios de la corte, ministros e invitados especiales, donde cruzamos unas palabras.
Me pareció un joven algo tímido, o eso creí entonces, producto de su refinada educación y por la gran carga que ya entonces comenzaba a soportar sobre los hombros: ser comparado con su padre Hassan II.
La situación de al-Maghreb – “lugar por donde se pone el sol, por el Poniente”- ya era muy clara para el actual monarca: Lo expreso muy directamente: “Hay integristas fundamentalistas en todas partes. Integristas cristianos, integristas judíos e integristas musulmanes. El problema está en que el islam se ha convertido en la segunda religión en muchas partes del mundo, y esto ha creado roces.”
Hoy el pueblo marroquí desea cambios en la política nacional, y serían bien percibidos sin más demora, especialmente en las áreas sociales y de opinión.
Mohamed VI no es ofuscado en política. Conoce los problemas de su nación y sabe que ha llegado el momento de dar un “gran salto” hacia adelante. No se aferra al poder, pero está mal de salud. Ha sido operado de una arritmia cardíaca que le impide respirar bien. Desea pasarle las responsabilidades a su hijo varón, Mulay Hasán, con 19 años, pero sabe sensatamente que aún no es el momento.
Quizás es innegable que las acciones trascendentales de la existencia humana, con los ciclos, se conviertan en grandes hacedores de tiempos futuros, siendo posible que Mohamed VI tal vez lo sepa a partir de un instante inmemorial.
Ahora, los lugares en donde he bebido té verde y concebí el sonido del viento bajo las jaimas teñidas de añil, mientras idealizaba, a manera de Paul Bowles, estar abrazado por manos azures salidas de cuerpos de beldades entre los oasis donde comienza el umbral del Gran Sur, han quedado ya horadadas sobre nuestra la piel y, a raíz de ello, ya no podrán ser olvido en ningún tiempo venidero.
rnaranco@hotmail.com
Y así nos llega Rabat, capital alauita, y con ella las murallas imperecederas, su Medina, el perdurable zoco en el que todo se vende y se compra, con la antiquísima sapiencia que esparce el olor de sus condimentos, siendo cada uno de ellos deleitable a todo buen paladar.
Marruecos ha destacado asombrosamente ahora ante el mundo deportivo del balompié, a razón de sus asombrosos triunfos en los encuentros del futbol celebrados estos días en Qatar, no ha podido llegar a la final de hoy domingo, no obstante, en esa emoción del balón, sus jugadores han demostrado habilidad portentosa, y tan sorprendente, que han colocada a África en lo más alto del pedestal. Hazaña excelente y admirable. Y lo hice alguien que es poco dado a la pasión del juego
En honor a ese evento para el pueblo del Atlas, predio en la que uno vivió años de juventud, las letras de hoy serán un retorno hacia esos días vividos con una taza de té, y a la sombra de la fortaleza española de Smara, lugar sahariano de una belleza inconmensurable.
Desde tiempos lejanos, las tribus que allí moraban rendían pleitesía a los sultanes de Marrakech, y en época de Mulay Ismail, el primero en la terna de la familia de los reyes alauitas, ya se había perfilado una unidad en todo el territorio, al amparo de un bloque religioso y político con las diversas familias nómadas.
Un día lejano e inolvidable, bajo los palmerales datileras, sentado sobre un tapiz de pelo de cabra y camello, en esa hora precisa donde la luz brillante del caluroso día comienza a menguar, escuché unas estrofas sobre la hermosura del desierto vocalizadas por Tehar Ben Jelloun, el escritor marroquí premio Goncourt, y hoy, al cabo de tantos años, las recuerdo y las siento con una emoción de penetrante cadencia:
“Tengo dátiles y un poco de miel, no tengo casa, pero poseo un país en los ojos, y una tierra en el corazón, amo este pueblo...”
Durante inmenso tiempo el desierto formó parte de mi vida. Estoy construido de motas de arena, de esa inmensidad que ha moldeado un poco mi carácter, y aunque taciturno, soy ahora un poco más tolerante.
Ahora - ya lejos de esa heredad – evoco aquellos impresionantes arenales bajo el impulso del siroco, y nuevamente creo estar viendo las tierras de piedemonte de la cordillera del Atlas, y como tantas mañanas, la arenisca y mi persona platicaremos de nuestras cuitas, entre ellas sobre los afanes dejados en el suelo de la jaima, cercana a un recodo de pedruscos en el río seco, en donde las gacelas, a la caída de la tarde, buscarán la frescura de las primeras brumas de la noche.
Desde entonces, ese olor a té verde permanece en mi cuerpo; y todo, hasta mi espíritu, se halla impregnado de él. El tiempo en nosotros ya se hace calina, pero se niega a hacerse olvido.
Al actual monarca, Mohamed VI, lo conocimos cuando aún era Su Alteza Real el Príncipe Heredero Sidi Mohamed; nos vimos una mañana en Rabat tras la ceremonia de los actos centrados en la Fiesta del Trono, siendo en el almuerzo, con todos los altos dignatarios de la corte, ministros e invitados especiales, donde cruzamos unas palabras.
Me pareció un joven algo tímido, o eso creí entonces, producto de su refinada educación y por la gran carga que ya entonces comenzaba a soportar sobre los hombros: ser comparado con su padre Hassan II.
La situación de al-Maghreb – “lugar por donde se pone el sol, por el Poniente”- ya era muy clara para el actual monarca: Lo expreso muy directamente: “Hay integristas fundamentalistas en todas partes. Integristas cristianos, integristas judíos e integristas musulmanes. El problema está en que el islam se ha convertido en la segunda religión en muchas partes del mundo, y esto ha creado roces.”
Hoy el pueblo marroquí desea cambios en la política nacional, y serían bien percibidos sin más demora, especialmente en las áreas sociales y de opinión.
Mohamed VI no es ofuscado en política. Conoce los problemas de su nación y sabe que ha llegado el momento de dar un “gran salto” hacia adelante. No se aferra al poder, pero está mal de salud. Ha sido operado de una arritmia cardíaca que le impide respirar bien. Desea pasarle las responsabilidades a su hijo varón, Mulay Hasán, con 19 años, pero sabe sensatamente que aún no es el momento.
Quizás es innegable que las acciones trascendentales de la existencia humana, con los ciclos, se conviertan en grandes hacedores de tiempos futuros, siendo posible que Mohamed VI tal vez lo sepa a partir de un instante inmemorial.
Ahora, los lugares en donde he bebido té verde y concebí el sonido del viento bajo las jaimas teñidas de añil, mientras idealizaba, a manera de Paul Bowles, estar abrazado por manos azures salidas de cuerpos de beldades entre los oasis donde comienza el umbral del Gran Sur, han quedado ya horadadas sobre nuestra la piel y, a raíz de ello, ya no podrán ser olvido en ningún tiempo venidero.
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