Entre la fama y la realidad
No se trata de nadar a contracorriente sino de estar claros de dónde se nada para evitar ser objeto de la mentira que otorga la fama, esa que cada vez más nos individualiza y nos hace menos humanos
“Cría fama y acuéstate a dormir”, escuchamos muchísimas veces en nuestra infancia y adolescencia, cómo un recordatorio para el buen proceder siempre, ya que cualquier mal acto podría hacer que se fuese juzgado para toda la eternidad por la inclemente sociedad.
La fama es la manera como una persona es reconocida. Puede ser por sus conocimientos, capacidades, habilidades y acciones. Estos puntos de medición están sometidos generalmente a las valoraciones negativas y positivas. Se es famoso cuando muchas personas reconocen su nombre y hablan del sujeto. Bien o mal. La fama, desde esta perspectiva, está referida a la reputación.
Según la mitología romana Fama era un personaje que se encargaba de contar rumores. Su par griega, Feme, era temida y venerada por la capacidad de hacer grande lo pequeño y viceversa, edificar con grandiosos cuentos o sepultar por terribles relatos, entre otras cosas. Así, la fama termina por no ser más que el rumor, el chisme.
Si la fama no es más que la construcción “ideal” o “malsana” de algún sujeto, cosa o institución desde la base de relatos que generan algún tipo de percepción en la sociedad, puede que dichos cuentos estén o no vinculados con la realidad o ser simples narrativas que toman cuerpo y son aceptados de manera general.
Al ser producto de cuentos y afirmaciones, ciertos o no, pero matizados por las intenciones del narrador, la fama tiene en si misma algo de la realidad del sujeto, lo que no le hace necesariamente cierto o real para todos.
La fama entonces termina siendo así una exposición interesada de un discurso para imponer criterios, gustos, patrones, personas o instituciones. La reiteración del discurso ampliará el impacto que se quiere generar.
Con la aparición de la prensa escrita, en primer momento, y luego los medios radioeléctricos y la masificación informativa que estos generaron, se hizo sencillo imponer discursos y patrones como nunca antes. El rumor había saltado de la esfera de la proximidad física y había cruzado el umbral de la distancia para siempre.
La revolución industrial mecanizó la producción de contenidos y la prensa, la publicidad y la propaganda se convirtieron en un poder sobre todos los poderes que pronto debió ser subsumido para controlarlo.
La era de las comunicaciones digitales agregó un componente de inmediatez y omnipresencia dándole más fuerza a las comunicaciones y aumentando el ya potenciado peligro que genera la información sin control moral, el poder oscuro del discurso, incluido rumor y chisme.
Es en esa comunicación sin control moral y en manos malintencionadas y sin ética donde se desdibuja esa frontera entre la realidad y el relato. La construcción discursiva pasa a dictar elementos de conducta a través del argumento de la fama que hará que el sujeto deseé ser parte de esa masa social que sigue sus patrones. Una masa tan voluble como controlada por la misma desinformación a la que es sometida.
Es un hecho tan cotidiano que desaparecen las alarmas de la razón y deja expuesto al sujeto a una ralentización del pensamiento crítico a tal punto que deja de lado sus propios principios por ser aceptado y formar parte de ese sistema de aniquilación de valores.
Este es el escenario de hoy. Cómo en la película Matrix -y guardando las distancias- lo real no es más que una creación discursiva mientras que la fama es el mecanismo de control y decapitación de principios, valores morales y ética.
Música, tecnología y moda son tres de las principales herramientas que apuntan contra esa masa social y la moldean para sus propios intereses, oscuros por demás, siendo las primeras víctimas los que tienen menos capacidad crítica, conocimiento y amor propio.
Antes que este fenómeno ocurriera ya había sido descrito por los estudiosos de la Industria Cultural. La tecnología cómo herramienta para apagar la crítica y desmovilizar lo humano hasta subyugarlo es un escenario catastrófico que recién comenzamos a conocer.
No se trata de nadar a contracorriente sino de estar claros de dónde se nada para evitar ser objeto de la mentira que otorga la fama, esa que cada vez más nos individualiza y nos hace menos humanos.
Estudia, analiza y crea.
Comunicador Social UCV
@leozuritave
leozurita.ve@gmail.com
La fama es la manera como una persona es reconocida. Puede ser por sus conocimientos, capacidades, habilidades y acciones. Estos puntos de medición están sometidos generalmente a las valoraciones negativas y positivas. Se es famoso cuando muchas personas reconocen su nombre y hablan del sujeto. Bien o mal. La fama, desde esta perspectiva, está referida a la reputación.
Según la mitología romana Fama era un personaje que se encargaba de contar rumores. Su par griega, Feme, era temida y venerada por la capacidad de hacer grande lo pequeño y viceversa, edificar con grandiosos cuentos o sepultar por terribles relatos, entre otras cosas. Así, la fama termina por no ser más que el rumor, el chisme.
Si la fama no es más que la construcción “ideal” o “malsana” de algún sujeto, cosa o institución desde la base de relatos que generan algún tipo de percepción en la sociedad, puede que dichos cuentos estén o no vinculados con la realidad o ser simples narrativas que toman cuerpo y son aceptados de manera general.
Al ser producto de cuentos y afirmaciones, ciertos o no, pero matizados por las intenciones del narrador, la fama tiene en si misma algo de la realidad del sujeto, lo que no le hace necesariamente cierto o real para todos.
La fama entonces termina siendo así una exposición interesada de un discurso para imponer criterios, gustos, patrones, personas o instituciones. La reiteración del discurso ampliará el impacto que se quiere generar.
Con la aparición de la prensa escrita, en primer momento, y luego los medios radioeléctricos y la masificación informativa que estos generaron, se hizo sencillo imponer discursos y patrones como nunca antes. El rumor había saltado de la esfera de la proximidad física y había cruzado el umbral de la distancia para siempre.
La revolución industrial mecanizó la producción de contenidos y la prensa, la publicidad y la propaganda se convirtieron en un poder sobre todos los poderes que pronto debió ser subsumido para controlarlo.
La era de las comunicaciones digitales agregó un componente de inmediatez y omnipresencia dándole más fuerza a las comunicaciones y aumentando el ya potenciado peligro que genera la información sin control moral, el poder oscuro del discurso, incluido rumor y chisme.
Es en esa comunicación sin control moral y en manos malintencionadas y sin ética donde se desdibuja esa frontera entre la realidad y el relato. La construcción discursiva pasa a dictar elementos de conducta a través del argumento de la fama que hará que el sujeto deseé ser parte de esa masa social que sigue sus patrones. Una masa tan voluble como controlada por la misma desinformación a la que es sometida.
Es un hecho tan cotidiano que desaparecen las alarmas de la razón y deja expuesto al sujeto a una ralentización del pensamiento crítico a tal punto que deja de lado sus propios principios por ser aceptado y formar parte de ese sistema de aniquilación de valores.
Este es el escenario de hoy. Cómo en la película Matrix -y guardando las distancias- lo real no es más que una creación discursiva mientras que la fama es el mecanismo de control y decapitación de principios, valores morales y ética.
Música, tecnología y moda son tres de las principales herramientas que apuntan contra esa masa social y la moldean para sus propios intereses, oscuros por demás, siendo las primeras víctimas los que tienen menos capacidad crítica, conocimiento y amor propio.
Antes que este fenómeno ocurriera ya había sido descrito por los estudiosos de la Industria Cultural. La tecnología cómo herramienta para apagar la crítica y desmovilizar lo humano hasta subyugarlo es un escenario catastrófico que recién comenzamos a conocer.
No se trata de nadar a contracorriente sino de estar claros de dónde se nada para evitar ser objeto de la mentira que otorga la fama, esa que cada vez más nos individualiza y nos hace menos humanos.
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