Mentira vestida de verdad
Transitamos una etapa de la historia en que la apariencia de verdad puede valer más que la propia verdad
Cuenta la leyenda que un día la Mentira y la Verdad se encontraron en un río. Entonces, la Mentira le dijo a la Verdad: Buenos días, doña Verdad. Y la Verdad, que no se fiaba mucho de su nueva amiga, comprobó si realmente era un buen día. Miró al cielo azul sin nubes, escuchó cantar a los pájaros y llegó a la conclusión de que, efectivamente, era un buen día. Buenos días, doña Mentira. Hace mucho calor hoy, dijo la Mentira. Y la verdad vio que tal y como decía la Mentira, era un día caluroso.
La Mentira entonces invitó a la Verdad a bañarse en el río. Se quitó la ropa, se metió al agua y dijo Venga doña Verdad, que el agua está muy buena. Por aquel momento la Verdad ya sí se fiaba de la Mentira, así que se quitó la ropa y se metió al río. Pero entonces, la Mentira salió del agua y se vistió con la ropa de la Verdad mientras que la Verdad se negó a vestirse con la ropa de la Mentira, prefiriendo salir desnuda y caminar así por la calle. La gente no decía nada al ver a la Mentira vestida con la ropa de la verdad, pero se horrorizaba al paso de la Verdad desnuda.
Una fábula que admite muchas interpretaciones morales y que también simboliza perfectamente el que, a mi juicio, es el principal pecado de muchos o de grupos que prefieren auto engañarse creyendo una mentira que eso sí, está muy bien presentada para que parezca verdad, antes que enfrentarse a la auténtica verdad sin tapujos. La historia está llena de ejemplos. Las mejores mentiras no son las mentiras puras sino las mentiras mezcladas con verdades. Las mentiras puras no son casi nunca creíbles; las mentiras más creíbles las mejores mentiras, las más eficaces y más comunes son aquellas que contienen una dosis de verdad y poseen por tanto el sabor de la verdad. De ahí que en toda gran mentira aniden casi siempre pequeñas verdades.
Por tal razón los políticos no debieran estar autorizados a llamarse mentirosos unos a otros. Admitir que se conviertan en árbitros de la verdad y que uno de ellos pueda sentenciar y condenar a otro por mentiroso es tan extraño como admitir que los futbolistas hagan de árbitros y se reprochen entre sí que dan patadas durante los partidos. El saber más común y compartido enseña que los políticos mienten como los futbolistas dan patadas. No está bien, pero se hace. Lo hacen. Todos. En los debates y fuera de los debates. Con cuadros estadísticos en la mano y repitiendo lo que han memorizado. Cuando escuchamos el sonsonete mentira, mentira en boca de un político quiere decir que hay algo que no funciona. Son los ciudadanos, con la ayuda de las redes y algunos medios, quienes deben controlar verdades y mentiras. Y quizás si se lo permiten los políticos con tanto desparpajo es porque no se les somete suficientemente al riguroso control de la verdad que merecen.
Ya es costumbre que, en los meses preelectorales, los políticos desplieguen ante los votantes sus catálogos de ilusiones. En la mayoría de los casos se trata de promesas patrioteras o populistas que encienden los sentimientos de las mayorías. Pocas de esas promesas pueden ser cumplidas, porque son sólo expresiones de deseo o trampas de la imaginación que sólo atrapan a los incautos. Todas se desvanecen pronto en el aire del olvido
Transitamos una etapa de la historia en que la apariencia de verdad puede valer más que la propia verdad. Se apuesta a las emociones, a los eufemismos y a generar un clima donde la diferencia con el adversario no es en el proyecto político que se impulsa, sino de carácter moral o de honestidad. Llevando el debate al terreno de quienes se calzan el traje de honestos y señalan a todos los demás como deshonestos. Y bajo ese paraguas todo vale. Y muchos medios participan en este proceso de manera activa adulterando los elementos de juicio con los que cuenta la gente para armar sus opiniones. Se suman en este juego, las redes sociales y los chats donde una y otra vez circulan fake news fabricadas con fines bien establecidos. El lawfare generalmente florece mejor en tierra abonada con odio. La clave para salir de este laberinto está en funcionar respetando las reglas de juego y todos rindiendo cuentas.
En fin, si el convocante cumple su rol fiel a la Constitución y a todas las reglas democráticas, entonces, podremos avanzar como país porque las instituciones y sus actores juegan dentro del tablero. La corrupción mata, sin duda, también los huracanes de denuncias por “incumplimiento de deberes”, exacerbado el ánimo popular aplastando garantías.
La Mentira entonces invitó a la Verdad a bañarse en el río. Se quitó la ropa, se metió al agua y dijo Venga doña Verdad, que el agua está muy buena. Por aquel momento la Verdad ya sí se fiaba de la Mentira, así que se quitó la ropa y se metió al río. Pero entonces, la Mentira salió del agua y se vistió con la ropa de la Verdad mientras que la Verdad se negó a vestirse con la ropa de la Mentira, prefiriendo salir desnuda y caminar así por la calle. La gente no decía nada al ver a la Mentira vestida con la ropa de la verdad, pero se horrorizaba al paso de la Verdad desnuda.
Una fábula que admite muchas interpretaciones morales y que también simboliza perfectamente el que, a mi juicio, es el principal pecado de muchos o de grupos que prefieren auto engañarse creyendo una mentira que eso sí, está muy bien presentada para que parezca verdad, antes que enfrentarse a la auténtica verdad sin tapujos. La historia está llena de ejemplos. Las mejores mentiras no son las mentiras puras sino las mentiras mezcladas con verdades. Las mentiras puras no son casi nunca creíbles; las mentiras más creíbles las mejores mentiras, las más eficaces y más comunes son aquellas que contienen una dosis de verdad y poseen por tanto el sabor de la verdad. De ahí que en toda gran mentira aniden casi siempre pequeñas verdades.
Por tal razón los políticos no debieran estar autorizados a llamarse mentirosos unos a otros. Admitir que se conviertan en árbitros de la verdad y que uno de ellos pueda sentenciar y condenar a otro por mentiroso es tan extraño como admitir que los futbolistas hagan de árbitros y se reprochen entre sí que dan patadas durante los partidos. El saber más común y compartido enseña que los políticos mienten como los futbolistas dan patadas. No está bien, pero se hace. Lo hacen. Todos. En los debates y fuera de los debates. Con cuadros estadísticos en la mano y repitiendo lo que han memorizado. Cuando escuchamos el sonsonete mentira, mentira en boca de un político quiere decir que hay algo que no funciona. Son los ciudadanos, con la ayuda de las redes y algunos medios, quienes deben controlar verdades y mentiras. Y quizás si se lo permiten los políticos con tanto desparpajo es porque no se les somete suficientemente al riguroso control de la verdad que merecen.
Ya es costumbre que, en los meses preelectorales, los políticos desplieguen ante los votantes sus catálogos de ilusiones. En la mayoría de los casos se trata de promesas patrioteras o populistas que encienden los sentimientos de las mayorías. Pocas de esas promesas pueden ser cumplidas, porque son sólo expresiones de deseo o trampas de la imaginación que sólo atrapan a los incautos. Todas se desvanecen pronto en el aire del olvido
Transitamos una etapa de la historia en que la apariencia de verdad puede valer más que la propia verdad. Se apuesta a las emociones, a los eufemismos y a generar un clima donde la diferencia con el adversario no es en el proyecto político que se impulsa, sino de carácter moral o de honestidad. Llevando el debate al terreno de quienes se calzan el traje de honestos y señalan a todos los demás como deshonestos. Y bajo ese paraguas todo vale. Y muchos medios participan en este proceso de manera activa adulterando los elementos de juicio con los que cuenta la gente para armar sus opiniones. Se suman en este juego, las redes sociales y los chats donde una y otra vez circulan fake news fabricadas con fines bien establecidos. El lawfare generalmente florece mejor en tierra abonada con odio. La clave para salir de este laberinto está en funcionar respetando las reglas de juego y todos rindiendo cuentas.
En fin, si el convocante cumple su rol fiel a la Constitución y a todas las reglas democráticas, entonces, podremos avanzar como país porque las instituciones y sus actores juegan dentro del tablero. La corrupción mata, sin duda, también los huracanes de denuncias por “incumplimiento de deberes”, exacerbado el ánimo popular aplastando garantías.
@el53r
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones