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Fraternidad en el judaísmo

El reto es amar a quienes son diferentes a nosotros. Esa es la auténtica fraternidad que conducirá finalmente a la redención del ser humano

  • RABINO ISAAC COHEN

01/09/2021 05:03 am

La manera de ir edificando la paz

El judaísmo sólo puede ser comprendido y practicado a través de la fraternidad. El judío no busca a Dios en la soledad silenciosa del aislamiento ni en la desfalleciente languidez de la renuncia. Por el contrario, asume las responsabilidades que le impone la vida, afronta sus inevitables angustias y aflicciones, y también disfruta de los momentos de dicha y de los placeres honestos que le brinda. El judío busca y encuentra a Dios en su prójimo, a través de la comunidad a la cual pertenece y sobre todo en la cual participa. Por tal motivo el sabio Hilel advierte (Pirké Avot / Sabiduría de los Padres 2:5): “No te apartes de la comunidad” pues fraternidad significa participación. Valorar y sentir como propias las necesidades, las inquietudes y las aspiraciones de nuestro compañero. El judaísmo plantea que Dios nos presta atención en la misma medida en que lo hacemos con nuestro prójimo. Pero no debemos confundir fraternidad con caridad. Una palabra que no deja de tener cierta connotación deshonrosa y que en hebreo no existe. El hebreo en su lugar emplea la palabra Tzedaká que deriva de la palabra Tzédek que significa “justicia”. Fraternidad no se limita simplemente a dar limosna, sino que implica el compromiso de compartir y de interactuar con el propósito de apoyar y promover el desarrollo personal de cada quien. 

El ser humano sólo puede realizarse a través de la compañía de sus semejantes. Fraternidad es crear el espacio necesario para que se desarrolle la unión y la solidaridad que conduce a la paz en su dimensión global tal como la define y la entiende el judaísmo. Un espacio para que el ser humano desarrolle sus potencialidades y su espiritualidad. Leemos en el Talmud (Shevuot 39a) que todos los hijos de Israel son responsables los unos de los otros. Para el judaísmo, la fraternidad es antes que nada una responsabilidad ineludible que todos, en la medida de sus posibilidades, comparten. Pero tampoco debemos confundir el concepto de fraternidad con una especie de cofradía exclusiva que se encierra en sí misma y que sólo tiene cabida para sus afiliados. Ya que Dios es Uno, tal como formula el monoteísmo de Abraham, la concepción judía de la fraternidad es necesariamente universal. Leemos en Levítico (19:18): “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Pero, ¿Quién es el prójimo? ¿Acaso solamente aquella persona que nos resulta familiar, y nos simpatiza, y con la cual hemos establecido un trato amistoso? De ninguna manera. El texto nos dice (Levítico 19:34) refiriéndose al extranjero: “Y lo amarás como a ti mismo”. El extranjero, el extraño y quien ni siquiera conocemos también es el prójimo. Se pregunta en el Talmud (Sanedrín 38a): ¿Por qué Dios creó a un solo hombre, Adán y no a muchos otros para así poblar más rápido el mundo? Para que nadie diga “mi padre es mejor que el tuyo” o “mi estirpe es superior a la tuya”. 

Sin mutuo respeto no puede haber fraternidad. El judaísmo no funciona a base de exclusiones sino por medio de la unión bajo parámetros universales de justicia y verdad. La justicia reservada para unos pocos y la verdad restringida para unos cuantos se transforma al poco tiempo en arbitrariedad y engaño. El judaísmo afirma que para Dios todos somos importantes pues como fue enseñado (Pirké Avot / Sabiduría de los Padres 4:3): “Toda persona tiene su momento”. En el Talmud (Julin 63a) se habla acerca de la cigüeña que en hebreo es llamada Jasidá (que significa “piadosa”) pues comparte su alimento con los de su misma especie. Sin embargo, a la cigüeña, se le considera un animal impuro porque es huraña y agresiva con otras aves. La generación del diluvio era perversa pero sólo fue destruida cuando comenzaron a despojarse unos a los otros (Génesis 6:13). 

El texto, para referirse a esta situación, utiliza la palabra Jamás que en hebreo significa “hurto, saqueo, pillaje”. Por otro lado, como explica la tradición judía (Midrash Tanjumá – Nóaj 18), la generación que construyó la torre de Babel se oponía directamente a Dios y sin embargo no fue destruida porque entre ellos existía unión. Resulta muy significativa la manera en que una comunidad judía se establece y se desarrolla alrededor de instituciones consagradas a la elevación espiritual del ser humano. Instituciones que atienden la transmisión de los valores éticos y morales del judaísmo, pero también un fondo comunitario (en hebreo Kupá) para socorrer a los necesitados. Maimónides afirma (Hiljot Matnot Aniyim 9:3), y conmueve leerlo: “Jamás he visto ni oído de una comunidad judía que no tuviera su Kupá”. En una comunidad judía se dignifica la relación de pareja, se enseña a los niños, se eleva la comida al nivel de una ofrenda a Dios, se reza, se estudia, se rinde honor a los fallecidos y se hace justicia, más que caridad, con aquellos que carecen de lo necesario. La fraternidad no es un arranque emotivo y transitorio que al final se convierte en apenas un gesto sino una disciplina constante que abarca los aspectos más sensibles y delicados de la vida. Fraternidad es un ir haciendo lugar en el mundo para la armonía, el entendimiento y la paz entre los seres humanos. La paz (en hebreo Shalom) en su más amplio y genuino significado. 

Debemos hacer ahora una última reflexión. Muchos piensan que la fraternidad consiste simplemente en afirmar que todos somos iguales. Una frase fácil y en el fondo vacía. Ha sido con frecuencia el discurso de demagogos y populistas que no buscaban otra cosa que sembrar el odio y que de algún modo han desprestigiado la hermosa palabra “fraternidad”. Esta manera de ver las cosas ha sido en ocasiones el germen de nacionalismos extremos y grotescos que alientan y justifican la violencia. Por el contrario, y es la óptica del judaísmo, la fraternidad es entender que todos somos diferentes con nuestras propias y exclusivas particularidades, y que además tenemos el pleno derecho a serlo. No se trata de decirle al otro, de manera condescendiente “te permito que seas igual a mí” (que con el tiempo se transforma en el imperativo “tienes que ser como yo”) sino de afirmar, con plena convicción “respeto que seas diferente a mí”. Además, entender y aceptar con agrado de que así sea.

La fraternidad malentendida, y con falsos matices igualitaristas, ha conllevado de manera en apariencia paradójica a una larga y penosa historia de discriminación, persecuciones y exterminio que han abarcado un amplio panorama que incluye las conversiones forzadas, las deportaciones colectivas y las cámaras de gas. Por eso el judaísmo no cree en proselitismos sino en la justicia universal. Los justos de todas las naciones tienen su lugar junto a Dios. No existe un camino exclusivo para la salvación, y nadie puede pretender que posee su monopolio. El ejercicio de los derechos y deberes – sociales y políticos – no deben tener el propósito de homogenizar al individuo sino de garantizar la expresión de la individualidad. Muchos han luchado para ser iguales. Los judíos siempre hemos luchado para ser diferentes, y para que todos tengan la oportunidad de serlo. Es sencillo amar a quien es igual a uno mismo. Algo que posee indudables connotaciones narcisistas. El reto es amar a quienes son diferentes a nosotros. Esa es la auténtica fraternidad que conducirá finalmente a la redención del ser humano.

Rabino Principal de la Asociación Israelita de Venezuela

ric1venezuela@gmail.com
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