Sin dudas que el mejor conflicto es el que se evita. Las diferencias que se dirimen en negociaciones terminan por ser de mejor efecto para las partes y con un ahorro sustantivo de perdidas, tensiones y malos momentos.

Los involucrados, sin importar su tamaño ni el orden de la pugna, deben saber que un conflicto resta demasiado y quebranta los espacios de tranquilidad y vida plena.

Para ir a la confrontación no es necesario tener la certeza de ganarlo sino contar con los recursos suficientes para sobrevivir al trance mientras se debilita al otro. Hay un margen aceptable de perdidas y sacrificios que arriesga el ganador por obtener la victoria. Las consecuencias también deben medirse pues allí se puede desvanecer la victoria.

Claro está, en la confrontación entran en juego algunos valores subjetivos de los decisores que terminan por pesar al momento de emprender las acciones. Esto aplica también para las pequeñas contiendas.

Ego, soberbia, estrechez de criterios, malcriadez y hasta estupidez, ignorancia, rabia y maldad son rasgos que sobresalen de las figuras enfrentadas o los líderes de los grupos en cuestión.

Son estos elementos los que generan una escalada de tensiones, más allá de los intereses logísticos y económicos, que pueden generar una batalla hasta la extinción de ambos contendores.

Cuando se escala se puede llegar hasta la pretensión de eliminar al contrario, sin margen de salida decente o capitulación. Todo o nada. Exterminio o barbarie.

Por el conflicto en Ucrania hemos escuchado y leído a sesudos opinadores abordar el escenario de una guerra nuclear con una ligereza que asombra por el trato banal y ligero, sin tan solo detenerse a pensar en la lógica de un evento de esas magnitudes y sus consecuencias para la vida en el planeta.

Igual pasa, guardando las distancias, con las rupturas en los ámbitos personales. Familiares, amigos y parejas combaten con tal crueldad para imponer su postura sin importar para nada las consecuencias y el daño a los involucrados y terceros.

Amistades que se terminan, hermanos que se alejan y parejas que terminan son casos cotidianos en un mundo que privilegia lo material por encima de lo humano.

Los lazos afectivos se deshacen y las consecuencias las sufren terceros: padres, madres, amigos e hijos. En ese momento de lucha lo importante es ganar sin medir las bajas.

En el escenario bélico entre naciones la vida de las víctimas parece no tener gran importancia. Serán cifras de como se desarrolla el conflicto y son evidencia de la terquedad violenta que confronta sin valorar ni respetar el derecho a la vida.

Las relaciones en cualquier nivel suponen muchísima complejidad y factores endógenos y exógenos que hay que revisar periódicamente, pero el fundamento esencial de cualquier relación es el respeto, de dónde se desprende el reconocimiento del otro, la empatía y la cohabitabilidad.

El campo de batalla, ese lugar incierto y despiadado no reconoce ni repara en víctimas, allí todas son iguales y cumplen el mismo objetivo.

La vida en su diario avatar pone innumerables dicotomías dónde en un extremo está la tranquilidad, la paz y el consenso y en el otro lado se consigue a la violencia, inquietud y las víctimas, en ocasiones muy próximas afectivamente.

Todos los días se toman decisiones, desde las estéticas al elegir cómo vestir, hasta las más importantes para el futuro propio. Solo falta añadir elementos de paz, tranquilidad, respeto, templanza y sindéresis al momento de decidir y actuar. Y si la decisión fuese por la confrontación hay que estar claro en cuanto se puede perder, incluso cuántos dependen de esa decisión.

Hay triunfos que por los daños y las víctimas, terminan por ser estériles.

Estudia, analiza y decide.

Leonardo Zurita

Comunicador Social UCV
@leozuritave
leozurita.ve@gmail.com